¿Destrucción? ¡Reconstrucción!!
El pasado mes de mayo sufrimos un incendio en una de nuestras estaciones polinizadoras, tal y como os contaba en la entrada del 25 de mayo. Se trataba de un espacio con un especial apego para mí, era el colmenar de mi padre y de mi tío, no necesito explicaros el horror que experimenté al ver por primera vez la destrucción, la desolación de uno de mis parajes favoritos.
En mi recuerdo: Una madrugada de mayo, de hace ya tantos años! Mi padre, mi hermano pequeño y yo, teníamos preparada una excursión al colmenar de Blai Giner, había trabajo, ¡teníamos que sacar la miel! Toda una aventura en familia. Mi padre había dispuesto una barraca improvisada; consiguió unas telas de cortina con las que acotó cuatro o cinco pinos, después, sobre el terreno, cosió una tela a medida a modo de techo, dentro todo estaba ya preparado, el extractor, los bidones, el cuchillo de des-opercular.
Salimos de casa muy temprano, todavía de noche, calculábamos hora y media de camino a pie, y había trabajo. Era muy extraño para mi hermano y para mí poder invadir la carretera, en horario normal, el tráfico rodado te impedía hacerlo. Resulta impensable, tan solo una generación después que nos proponíamos llevarnos a mi hermano de siete u ocho años al colmenar, a pie! a una hora y media de camino por las sendas, a trabajar con notros en el colmenar, pero para él era toda una fiesta.
Llegamos al colmenar y desayunamos bien, el lugar favorito de todos en ese espacio, era una hamaca que mi padre fabricó entre dos pinos gruesos con unos travesaños y unas telas sobrantes de la barraca, estaba justo detrás de las colmenas, el rumor monótono del vuelo de las abejas en sus idas y venidas, el sopor después de la comida, el cansancio tan solo del desplazamiento al colmenar… ¡No recuerdo mejores siestas en ningún otro lugar ni situación en toda mi vida!
Todo dispuesto para el trabajo, mi padre revisaba minuciosamente los equipos de sus ayudantes no debía haber fallos; una picadura a destiempo podría provocarnos algún tipo de miedo o aversión hacia las abejas. Me han picado muchas abejas en esta vida, pero solo desde que me equipo yo solo.
Tras los preliminares, mi padre destapaba las colmenas y seleccionaba los panales para extractorar, mi hermano transportaba los cuadros que mi padre le iba dando, yo des-operculaba y centrifugaba los panales para devolverlos a las colmenas. Avanzaba el día y mi hermanito ya empezaba a dar muestras de cansancio, en un momento dado mi padre determinó que ya habíamos terminado, no quedaban más panales de momento en el colmenar para extractorar.
Tan acostumbrados como estábamos al ruido de las abejas revoloteando, unido al cansancio y a unas ganas tremendas de emprender el viaje de regreso, que al grito de mi padre de ¡Ya está! Y sin que ni mi padre ni yo pudiéramos evitarlo, mi hermano se retiró la careta mientras preguntaba ¿nos vamos ya? De inmediato recibió dos picazos.
Ni mi hermano ni mi padre están ahora aquí, por eso, queridas abejas, quiero pediros un gran favor, que me ayudéis a reparar cuanto antes este despropósito que ahora contemplo con tristeza, por eso, haré de este lugar un nuevo criadero de reinas, un santuario para vosotras, pero también para mí…
-Guardare, acopiaré de forma tal el contenido de mi vida,
que ni una sola gota se derramará nunca sobre la arena.
Og Mandino, «El Vendedor más Grande del Mundo»